(Relato ahogado, en una Oración)
La mirada inequívoca en la cruz lejana sostenida por el Ángel, anciano
de mármol. Él mira fijamente su rostro con los ojos vacíos, la imagen es nada,
es piedra labrada, trasladada a la vida sin alma, sin el palpitar doloroso del
corazón. Qué poder influía el símbolo oscuro, cómo podría detener la caída al
abismo, la cual ya iba en camino, ni siquiera su representante en la tierra,
ésta de sal y vino, ni siquiera él con sus ojos de y vida aparentes, nunca
podría comprender, la huida del alma, el dolor que lo abarca todo. La soledad,
el inconformismo y el amor olvidado en el silencio. La última mirada vacía,
muerta, de la que se deja derramar una
lagrima, la duda termina. Sale del lugar de liturgia, palabra perdida en el
mutismo, la mirada se enceguecía para siempre. Y el Ángel no hizo nada para
evitarlo.
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