lunes, 11 de noviembre de 2013

...

En algunas ocasiones la memoria juega con nosotros. Recordamos cosas que no existieron y tenemos como base de nuestra vida momentos creados por la imaginación. Todo esto sucede porque estamos siempre detrás de una vida que queremos, no la que caminamos a diario. Aunque también, en algunas ocasiones una canción, un olor o una lectura, rescata esos recuerdos cautivos, arrugados, compuestos por recortes e imágenes no presentes.

En estos días recordé a Luis. Después de tanto tiempo no podría garantizar la veracidad de este recuerdo, Luis era un niño más pequeño que yo, por lo menos en ese momento, caminaba lento y jugábamos con pequeñas pelotas que rebotaban enloquecidas. Luis era mi amigo,  por lo menos en eso momento. Recuerdo a Luis por lo semejantes que éramos, cada cierto tiempo nos encontrábamos en el único lugar donde tenía amigos, un hospital, parecía un ritual extraño, que sobrepasaba la coincidencia; dos niños que no se comunicaban y que vivían en extremos remotos de una ciudad caótica, se encontraban con un dispar de horas en el lugar más extraño del mundo para un encuentro.

Se saludaban de la misma forma, despedían a sus familias desde la misma ventana, tomaban los medicamentos de la misma jarra de agua, salían a caminar por los pasillos de luces bajas, escuchando el mismo silencio o  los lamentos sin fuerza que salían de los cuartos de alarmas constantes. Gracias a él no sentí miedo. Podía soñar en la noche, ver televisión y soportar la frialdad y soledad interior que se presenta en una habitación de hospital.

En estos días recordé a Luis, un niño tan similar a mi en nuestra forma de sentir, que casi poseía las mismas cicatrices y podíamos hablar de haber sentido los mismos dolores, un alma que gritó cuando yo grite y los dos hicimos el mismo silencio cuando el dolor era absurdo, porque no llorábamos, nunca lloramos. Ni siquiera cuando supe, mucho tiempo después que Luis dejó de ser parecido a mí en el momento en que falleció.


En estos extraños momentos, no soy capaz de recordar el rostro de Luis. En realidad no se si verdaderamente existió, solo sé que  por alguna razón él ya no está y yo por alguna motivo sigo acá sin él, necesitando esa sombra callada que era, la compañía, la fuerza para soportar una vida que no escogimos ninguno de los dos escapando, dudando de mis propios recuerdos de mi propia vida.

...


Recuerdo la imagen, se encuentra borrosa como todo lo que recuerdo. Estoy en una cama de hospital, tengo 17 años y sólo sueño con vidas que no puedo tener; de pronto estoy llorando y comienza una vida que arrastro hasta este momento.