Es innegable que un año parece poco cuando quedan tan sólo unas horas
para que termine. De pronto miramos con nostalgia los momentos de tristeza o
dolor con algo de ese desahogo y presión en el pecho, y quedan las fotografías,
los recuerdos y los sentimientos. Y también están los momentos y las personas
que nos arrancaron una sonrisa y están los instantes, que para mi han sido
bastantes, en los que respiro profundamente caminando por un parque bajo la luz
del sol o un grupo de nubes oscuras o ese momento con un libro en un café o en
el trasporte publico, o cuando camino escuchando música aislado por los audífonos
y el mundo parece en sus movimientos distinto, momentos de tanta tranquilidad y
al mismo tiempo tan evanescentes que no podrían
ser oscuros o de luz, simplemente son.
Creo que el tiempo y la vida nos brindan lo que merecemos y necesitamos.
Después de tanta emoción que no cabe ya en nuestro cuerpo son necesarios
momentos en los cuales es necesario liberarse y perder un poco de tiempo con
nosotros mismos, llevados por la vida sin más recurso que los ojos cerrados,
deseando más de lo que podemos soportar o llevar sobre los hombros y arriesgándose a vivir y a morir por
ello. El tiempo no es predecible y la vida no es una línea recta hacia una
meta. Las personas no son accidentes y los objetos no son lo más importante,
las fotografías son fragmentos del tiempo, el viento es purificador, el alma no se gana se
construye con cada paso, las lagrimas son buenas en la limpieza y la risa de
los que amamos y nos aman son el mejor combustible para el presente, el adiós
es necesario para un rencuentro, el amor depende enteramente de la casualidad y
la palabra y que de esta misma materia se alimenta la muerte y el sueño. Un
año, tal vez una vida o muchas. Lo importante es ser capaces de cerrar los
ojos, de respirar sin esfuerzos o afán y dejarse llevar, otro será el momento
de descansar.
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